martes, 27 de julio de 2010

El Grito Primario de la Chica Velocidad


¿Han conocido a alguien que sin culpa alguna no les haga “clic,” sin importar el buen trato o el sano interés que manifieste en hablar con ustedes? Puede ser su olor, la forma como que mueve la boca al hablar o un cuento lejano que no tuvo nada que ver con uno, pero hay algo que no les calza y que no superan. Alguna tontera que impide crear empatía o identificación con alguien que nunca le ha hecho a uno absolutamente nada malo en su vida, si no más bien siempre se ha portado con decencia y cortesía y hasta entusiasmo. La mayoría da la gente que conozco tiene una persona así en su vida. Ese es mi caso con Meche, guitarrista de Las Robertas, y exvocalista de Alta Costura. El problema sobra decir que es mío y solo mío, no de ella ni de nadie más.

De Las Robertas se han dicho muchas, muchas cosas. Algunas bonitas, otras feas. Unas exageradamente bonitas, y otras exageradamente feas. Yo en privado he dicho mi buena cantidad de ambas, y me he cuidado de hacerlo con gente de confianza, motivado principalmente por lo que mencioné anteriormente: por tener un sesgo de carácter personal. Por un lado sé que muchas de mis observaciones negativas han estado teñidas de una indisposición injustificable que me nubla la vista y prefería no exponerme con ellas frente a gente que me iba a cuestionar mis argumentos de forma concreta, sin tener yo nada inteligente que contestar. Por otro lado me guardaba los aspectos que me impresionaban de la banda porque no quería “darle el gusto” a “esa mae” de que yo le “piropeara el brete” en público…

…ah já, mastiquen eso un segundo…

…y espero que noten lo ridículo de mi discurso. Para empezar “esa mae” a mí no me ha hecho nada nunca, al menos no en mi cara y que yo me haya dado cuenta. Aparte de eso, que a mí me guste o no la banda no le va a hacer ninguna diferencia en el ánimo ni en cómo se siente al final del día cuando se acueste a dormir ¿acaso ella toca para quedarme bien a mí?… y les confieso que uno puede vivir la vida creyendo y haciendo estupideces como esa sin mayor reflexión, sin parpadear siquiera, pensando que es el centro del universo. Espero que noten además que soy yo el que está haciendo el ridículo, no la banda, ni nadie más.

La banda en realidad tiene muy pocas razones para sentirse mal, y creo que absolutamente ninguna para sentirse ridícula. Tienen méritos sólidos desde que arrancaron, han ido acumulando logros nuevos, y se han enfrentado con la frente en alto a unos de los “backlashes” (reacciones negativas de una sección del público por motivo del éxito mismo) más fieros que he visto en Costa Rica en lo que llevo participando en la escena rockera nacional desde 1996. Siento que la calidad y la constancia de su trabajo debería hablar por si sola, pero a veces hay situaciones de contexto que pueden enturbiar la claridad necesaria para esto.

Algo que pesa contra Las Robertas ha sido su asociación con el rock nacional en inglés. Yo ya dejé claro como me siento: si por mí fuera todas las bandas ticas cantarían en español costarricense y sería feliz. Recuerdo que la primera vez que escuché la banda en una grabación de un ensayo me dio un dolor profundo al escuchar algo tan fresco, pero cantado en inglés. Lo sentí como una gran oportunidad perdida para avanzar la identidad de la música nacional. Pero esa es mi preferencia y mi pelea política particular. Ojala algún día les naciera cantar en español, pero la banda no está obligada a nada por el estilo. La banda solo está obligada a ser honesta consigo misma y eso lo hace bien.

Hay gente que opina parecido a mí sobre el idioma, lo cual me alegra, pero si he notado que hay sectores que le cobran eso a Las Robertas mucho más caro que a otras bandas. Gente que puede escuchar Movement In Codes o Virgin Zombies sin problema alguno de repente les pasa una factura gigantesca. Sospecho que talvez no sea el idioma en sí, sino lo diferente que suenan a todas las demás bandas que había cuando salieron. En este país fiel a las estructuras y sonidos clásicos, el salirse del molde, pero aun mantenerse dentro de una estética popular y digerible, puede ser fuertemente penalizado por un público musicalmente conservador que pide una ruptura de todo o nada con la convención. En este caso sospecho que fue sumar el inglés a este contraste con el sonido “identificado” como rock nacional lo que detonó la ola de críticas.

Otro detalle que no fue bien recibido por algunos fue lo mediáticamente preparada que estaba a la hora de salir, y lo bien “conectada” que estaba dentro de los círculos sociales creativos de la capital. En otras palabras, que no salieron de la nada. Antes de sus primeros conciertos oficiales, Las Robertas ya tenían camisas y bolsas con un logo simpático preparadas, y las habían repartido entre su grupo inmediato de familiares y amistades. No incide sobre su calidad musical el tener la oportunidad de concretar su deseo de identificarse como banda, como proyecto, como pandilla, junto a la gente que las apoyó desde el primer momento en que ensayaron. Simplemente demuestra organización y un instinto realmente admirable de aprovechar los recursos a mano. Las Robertas, como tantísimas otras bandas en la capital, tenían gente de foto, diseño, música, bares, en su red social. Hay bandas que no tienen estas ventajas y tienen que trabajar más duro para obtener lo que quieren, pero esto no dice nada del talento de Las Robertas como banda, ni de su esfuerzo. Muchas bandas con más recursos y aun más conexiones hacen muchísimo menos. La diferencia la hacen la ética laboral y el talento mismo.

La otra cosa que sobresale ha sido el cuento del disco. Parece que impresionar a un productor en este país es pecado y se paga con la vida. El logro es importante. Alguien que produce música y que cobra de una forma tan razonable y decente las escoge para trabajar, y la gente llora y grita favoritismo. Sí, la producción de Autómata es notable. Sus huellas están sobre todo el disco, correcto. Pero las canciones son de Las Robertas. Y si uno las escucha en vivo (yo lo hacía de lejitos, como quien no quiere la cosa), se nota. Las canciones están ahí y son tocadas por la banda, sin asistencia exterior.

Luego el disco llega afuera y es recibido de una forma positiva por diferentes blogs, espacios de crítica y redes sociales para música rock independiente… y esto acarrea aun más atención y más tensión. Si bien es cierto hay mucho “networking” involucrado en hacer llegar cualquier material a las manos correctas, mucho conocer a las personas indicadas en lugares indicados, nada pasa si el material no es bueno. El material a mí me parece musicalmente excelente (a pesar del inglés) y esta opinión fue compartida por mucha gente. Mucha gente objetiva. Gente que no tiene nada que ver con nadie acá. Que no ocupa favores en el ínfimo mercado de rock independiente nacional. Eso dice algo. Eso dice mucho, en realidad.

Por supuesto, hay críticas válidas. La juventud de la banda la ha expuesto a situaciones donde no se ha representado de forma óptima a sí misma (La Nación, Vértigo), y su meteórico ascenso ha dejado sin resolver la pregunta de cuánta resistencia tienen para sobrevivir una escena caracterizada por la ingratitud y la mala memoria, donde las bandas generalmente logran cosechar hasta después de haber pasado ciertas pruebas. Por suerte son cosas que se resuelven con el tiempo, y acá estaremos para ver qué sucede.

A veces prejuicios muy arraigados nos roban la habilidad de ver la vida desde otra óptica y disfrutar cosas nuevas, y nos perdemos en un mar de contradicciones y justificaciones y excusas. Si nos dejamos manipular por discursos excluyentes basados en reflejos estomacales que nunca cuestionamos o por resentimientos heredados de historias donde nunca participamos, somos nosotros mismos los que nos aislamos, los que nos perdemos del potencial de la gente, del arte y las situaciones nuevas. Esto fue lo que me pasó a mi con Meche hace años y ya no se recupera el tiempo perdido ni el daño hecho, y ojala no le pase eso a nadie con Las Robertas.

Dese una vuelta por Bandcamp y baje el disco, o espere que toquen de nuevo en algún lado que le quede cómodo. Talvez sean lo suyo o talvez no, pero merecen el chance. Las Robertas son una banda de rock talentosa. Son costarricenses. Trabajan duro y aprovechan oportunidades como nadie. La banda es honesta con su obra y grabó un disco relevante, y sospecho que influyente a futuro, que podría eventualmente abrir puertas hasta a sus más virulentos detractores. Si no le gusta, el problema es suyo. No de ellas. Ni de nadie más.

f.

jueves, 3 de junio de 2010

La Estupidez Que Tanto Apoyo.

Hace mucho dejé de ver el rock como algo contracultural. A veces espero cosas de los roqueros por las causas abanderadas por sus artistas favoritos y me asombro cuando escucho comentarios conservadores de fans de músicos políticamente progresivos, eso siempre me sacude. La gente no presta mucha atención a las agendas políticas de sus ídolos. No todos los fans de Radiohead reciclan. No todos los de Lennon son pacifistas. No todos los de Manu Chao odian el neo-liberalismo.


En este país no prestamos mucha atención a las agendas políticas de amigos y familiares, generalmente asumiendo que compartimos un espacio común moral donde todos podemos coincidir. Algunos que estamos obsesionados con las movidas históricas nos fijamos, pero es como andar contando Volkswagens cuando uno anda en la calle… es algo que algunos hacen, y los que no lo hacen no pueden entender por qué ni para qué lo hacemos. Cuando alguien da un paso al frente a nivel ideológico, cuando se expresa y revela sus preocupaciones, temores o frustraciones, se topa con reacciones que van desde la irónica sorpresa (“ve vos”) hasta la violenta indignación (“te debería dar vergüenza”) y esto nos inhibe. Nos aplaudimos el silencio, la opinión sutil y disimulada. La mueca breve.


En Costa Rica no somos muy amigos de ser mirados con horror, indignación o asco… no es algo que dominemos. No es lo nuestro. No nos gusta. Nos cuesta salirnos del discurso central y asumir roles importantes dentro de un diálogo nacional, dentro de las discusiones que nos definen como cultura o nación. Ni siquiera se lo dejamos a otra gente, solo queremos que no haya mayor movimiento, que no se nos perturbe la paz, ni se nos cuestione. Queremos silencio. Conformidad.


Muchas veces este silencio nos vuelve cómplices de situaciones que se dan por una inercia cultural generalizada… a veces la pereza o la falta de reflexión nos empuja como colectividad a ciertas áreas sin que cuestionemos lo que significan, o lo que implican para todos nosotros y para nuestra identidad. Lo que dice de nosotros. Lo que estamos diciendo de nosotros mismos.


Por ejemplo, y esto es un tema de nunca acabar conmigo, la música urbana costarricense cantada en inglés. Yo tengo un problema con esto. Me parece que es excluyente. Me parece que separa al público entre quienes entienden y quienes no entienden. Quienes tuvieron el chance de educarse en un idioma extranjero y quienes no. Me parece que establece barreras, algunas veces de clase pero principalmente de acceso, y que esta oportunidad de acceso muchas veces define la capacidad de ingreso de la población (el empleado bilingüe tiende a ser mejor pagado) y por lo tanto su estilo de vida, y los espacios a los que puede aspirar a ocupar.


Claro, y esto para mí es importante aclararlo, la música urbana costarricense hecha en cualquier idioma es una expresión válida e importante de nuestra cultura, representa sectores legítimos de nuestra población. Mi problema no es uno de legitimidad, si no uno de inclusión. Me rompe el corazón que en vez de tratar de usar la expresión artística para acercarnos un poco más y expresar nuestra condición humana al vecino, estemos poniendo aún más barreras para excluirnos y separarnos, usando el arte y el idioma como si fuera el guarda de una fiesta privada, que revisa si estamos en la lista de invitados. Me duele que algunas veces encontremos más motivación en ser entendidos afuera que adentro de nuestro país, que queremos que nos entienda mejor el mae al otro lado de la compu en las Europas, que el compañero de asiento en el bus de Sabana-Cementerio.


El problema no es tener acceso y privilegio, es lo que HACEMOS con estos lo que marca la diferencia. No veo mucha gente en la escena musical de la capital cuestionarse las implicaciones sociales que tiene el alejarse tajantemente del español y sentirlo como algo natural. Que sea preferible no ser entendido por la mayoría y optar por los pocos y los menos, o por los lejanos y ajenos. Estas opciones son válidas y legítimas, son decisiones que se respetan y punto, pero siento que no estamos haciéndonos suficientes preguntas dado nuestro nivel educativo. Que estamos asumiendo como normal algo que talvez sea todo menos eso, porque estamos en una guerra cultural y estamos perdiendo.


Pero las preguntas acá no son bien recibidas. No somos gente que nos guste eso de los cuestionamientos y los señalamientos. Sentimos hasta compasión con el político corrupto cuando nuestros pocos periodistas serios los abordan con preguntas incisivas. Llamamos a Pilar Cisneros irrespetuosa y a Amelia Rueda una irreverente o una irresponsable cuando acorrala a nuestros líderes con preguntas y preocupaciones.


Y es este silencio, son estas barreras constantes que estamos edificando las que nos tienen tan separados y ajenos a nosotros mismos. Las que provocan sorpresa cuando finalmente vemos a nuestros amigos y familiares expresar lo que siempre han sentido, son estas constantes maniobras de protección e indiferencia las que nos dejan expuestos a ser impactados al enterarnos de los sentimientos que tienen los demás hacia nosotros, y hacia nuestras actividades. Los que nos hace descubrir en nuestro hermano un enemigo, porque talvez nunca sacamos el tiempo para preguntarnos lo que sentía, o para expresar nuestra propia situación.


Últimamente la música rock de la capital ha estado desprovista de crítica articulada que le permita (como ente viviente, como criatura hermosa) el verse a sí misma reflejada. Siento que ha pasado tanto tiempo desde que alguien la obliga a asumirse seriamente como Arte (con mayúsculas) como Cultura (nada de “contra”) que hasta reacciona violenta e iracunda cuando alguien la señala y le exige y la presiona. Ha perdido la noción de la realidad de subirse a un escenario.


Si me subo en un escenario frente a un público a expresarme, el público va a tener una oportunidad de formar opinión de mí porque yo me estoy exponiendo ante él. Estoy poniéndome en una vitrina para que me vea y me juzgue y saque todo tipo de conclusiones sobre mí, algunas afortunadamente acertadas, otras profundamente erradas, y otras que serán como epifanías para mí mismo como creador al ver al público descubrir cosas sobre mí que yo jamás hubiera concluido por mis propios medios. Es el precio y el premio de la vida en la pecera creativa, es la cruz y la corona del artista.


Yo creo que estamos en la obligación de exigirles a nuestros artistas, de empujarlos y pedirles de la misma forma que les aplaudimos sus logros y sus aciertos. Yo creo que los más inteligentes y sensibles van a estar dispuestos al reto, porque en su mayoría lo que más agradecen es saber que su obra está causando algún tipo de reacción o repercusión, que hay algún alma allá afuera con la que está conectada, o con la que se está confrontando, que es más que mero entretenimiento. Que su trabajo no es en vano, que crea diálogo, discusión o descubrimiento. Los más débiles o inseguros probablemente no quieran escuchar ninguna otra voz excepto la propia, y aborrezcan a un público que les contesta o cuestiona. Eventualmente el cuerpo de trabajo hablará por si solo, eso es irremediable.


Las calles que comprenden la California y sus varios espacios de conciertos, los Jazz Café, los eventos del Farolito, los conciertos maratónicos en fincas y centros comunales y gimnasios de colegios… todo esto es nuestra Cultura. Nada de “contra”. Para mí esa condena del rock nacional como espacio de “contracultura” solo existe para hacernos sentir menos importantes, menos responsables, excluidos del diálogo nacional de lo que nuestra cultura es, como si nuestra labor no contara y fuera meramente lúdica. Nos quita la capacidad de sentirnos como contribuyentes importantes de la identidad de nuestra Patria. Y es que construimos Patria a cada instante, con cada una de nuestras obras, y más aun cuando estamos cantando opiniones, sentimientos y condiciones. Cuando estamos SIGNIFICANDO en espacios sociales, ante públicos de nuestros pares que nos miran esperando verse en nosotros, esperando un puente tendido entre las almas que formamos parte de esta ciudad.