jueves, 3 de junio de 2010

La Estupidez Que Tanto Apoyo.

Hace mucho dejé de ver el rock como algo contracultural. A veces espero cosas de los roqueros por las causas abanderadas por sus artistas favoritos y me asombro cuando escucho comentarios conservadores de fans de músicos políticamente progresivos, eso siempre me sacude. La gente no presta mucha atención a las agendas políticas de sus ídolos. No todos los fans de Radiohead reciclan. No todos los de Lennon son pacifistas. No todos los de Manu Chao odian el neo-liberalismo.


En este país no prestamos mucha atención a las agendas políticas de amigos y familiares, generalmente asumiendo que compartimos un espacio común moral donde todos podemos coincidir. Algunos que estamos obsesionados con las movidas históricas nos fijamos, pero es como andar contando Volkswagens cuando uno anda en la calle… es algo que algunos hacen, y los que no lo hacen no pueden entender por qué ni para qué lo hacemos. Cuando alguien da un paso al frente a nivel ideológico, cuando se expresa y revela sus preocupaciones, temores o frustraciones, se topa con reacciones que van desde la irónica sorpresa (“ve vos”) hasta la violenta indignación (“te debería dar vergüenza”) y esto nos inhibe. Nos aplaudimos el silencio, la opinión sutil y disimulada. La mueca breve.


En Costa Rica no somos muy amigos de ser mirados con horror, indignación o asco… no es algo que dominemos. No es lo nuestro. No nos gusta. Nos cuesta salirnos del discurso central y asumir roles importantes dentro de un diálogo nacional, dentro de las discusiones que nos definen como cultura o nación. Ni siquiera se lo dejamos a otra gente, solo queremos que no haya mayor movimiento, que no se nos perturbe la paz, ni se nos cuestione. Queremos silencio. Conformidad.


Muchas veces este silencio nos vuelve cómplices de situaciones que se dan por una inercia cultural generalizada… a veces la pereza o la falta de reflexión nos empuja como colectividad a ciertas áreas sin que cuestionemos lo que significan, o lo que implican para todos nosotros y para nuestra identidad. Lo que dice de nosotros. Lo que estamos diciendo de nosotros mismos.


Por ejemplo, y esto es un tema de nunca acabar conmigo, la música urbana costarricense cantada en inglés. Yo tengo un problema con esto. Me parece que es excluyente. Me parece que separa al público entre quienes entienden y quienes no entienden. Quienes tuvieron el chance de educarse en un idioma extranjero y quienes no. Me parece que establece barreras, algunas veces de clase pero principalmente de acceso, y que esta oportunidad de acceso muchas veces define la capacidad de ingreso de la población (el empleado bilingüe tiende a ser mejor pagado) y por lo tanto su estilo de vida, y los espacios a los que puede aspirar a ocupar.


Claro, y esto para mí es importante aclararlo, la música urbana costarricense hecha en cualquier idioma es una expresión válida e importante de nuestra cultura, representa sectores legítimos de nuestra población. Mi problema no es uno de legitimidad, si no uno de inclusión. Me rompe el corazón que en vez de tratar de usar la expresión artística para acercarnos un poco más y expresar nuestra condición humana al vecino, estemos poniendo aún más barreras para excluirnos y separarnos, usando el arte y el idioma como si fuera el guarda de una fiesta privada, que revisa si estamos en la lista de invitados. Me duele que algunas veces encontremos más motivación en ser entendidos afuera que adentro de nuestro país, que queremos que nos entienda mejor el mae al otro lado de la compu en las Europas, que el compañero de asiento en el bus de Sabana-Cementerio.


El problema no es tener acceso y privilegio, es lo que HACEMOS con estos lo que marca la diferencia. No veo mucha gente en la escena musical de la capital cuestionarse las implicaciones sociales que tiene el alejarse tajantemente del español y sentirlo como algo natural. Que sea preferible no ser entendido por la mayoría y optar por los pocos y los menos, o por los lejanos y ajenos. Estas opciones son válidas y legítimas, son decisiones que se respetan y punto, pero siento que no estamos haciéndonos suficientes preguntas dado nuestro nivel educativo. Que estamos asumiendo como normal algo que talvez sea todo menos eso, porque estamos en una guerra cultural y estamos perdiendo.


Pero las preguntas acá no son bien recibidas. No somos gente que nos guste eso de los cuestionamientos y los señalamientos. Sentimos hasta compasión con el político corrupto cuando nuestros pocos periodistas serios los abordan con preguntas incisivas. Llamamos a Pilar Cisneros irrespetuosa y a Amelia Rueda una irreverente o una irresponsable cuando acorrala a nuestros líderes con preguntas y preocupaciones.


Y es este silencio, son estas barreras constantes que estamos edificando las que nos tienen tan separados y ajenos a nosotros mismos. Las que provocan sorpresa cuando finalmente vemos a nuestros amigos y familiares expresar lo que siempre han sentido, son estas constantes maniobras de protección e indiferencia las que nos dejan expuestos a ser impactados al enterarnos de los sentimientos que tienen los demás hacia nosotros, y hacia nuestras actividades. Los que nos hace descubrir en nuestro hermano un enemigo, porque talvez nunca sacamos el tiempo para preguntarnos lo que sentía, o para expresar nuestra propia situación.


Últimamente la música rock de la capital ha estado desprovista de crítica articulada que le permita (como ente viviente, como criatura hermosa) el verse a sí misma reflejada. Siento que ha pasado tanto tiempo desde que alguien la obliga a asumirse seriamente como Arte (con mayúsculas) como Cultura (nada de “contra”) que hasta reacciona violenta e iracunda cuando alguien la señala y le exige y la presiona. Ha perdido la noción de la realidad de subirse a un escenario.


Si me subo en un escenario frente a un público a expresarme, el público va a tener una oportunidad de formar opinión de mí porque yo me estoy exponiendo ante él. Estoy poniéndome en una vitrina para que me vea y me juzgue y saque todo tipo de conclusiones sobre mí, algunas afortunadamente acertadas, otras profundamente erradas, y otras que serán como epifanías para mí mismo como creador al ver al público descubrir cosas sobre mí que yo jamás hubiera concluido por mis propios medios. Es el precio y el premio de la vida en la pecera creativa, es la cruz y la corona del artista.


Yo creo que estamos en la obligación de exigirles a nuestros artistas, de empujarlos y pedirles de la misma forma que les aplaudimos sus logros y sus aciertos. Yo creo que los más inteligentes y sensibles van a estar dispuestos al reto, porque en su mayoría lo que más agradecen es saber que su obra está causando algún tipo de reacción o repercusión, que hay algún alma allá afuera con la que está conectada, o con la que se está confrontando, que es más que mero entretenimiento. Que su trabajo no es en vano, que crea diálogo, discusión o descubrimiento. Los más débiles o inseguros probablemente no quieran escuchar ninguna otra voz excepto la propia, y aborrezcan a un público que les contesta o cuestiona. Eventualmente el cuerpo de trabajo hablará por si solo, eso es irremediable.


Las calles que comprenden la California y sus varios espacios de conciertos, los Jazz Café, los eventos del Farolito, los conciertos maratónicos en fincas y centros comunales y gimnasios de colegios… todo esto es nuestra Cultura. Nada de “contra”. Para mí esa condena del rock nacional como espacio de “contracultura” solo existe para hacernos sentir menos importantes, menos responsables, excluidos del diálogo nacional de lo que nuestra cultura es, como si nuestra labor no contara y fuera meramente lúdica. Nos quita la capacidad de sentirnos como contribuyentes importantes de la identidad de nuestra Patria. Y es que construimos Patria a cada instante, con cada una de nuestras obras, y más aun cuando estamos cantando opiniones, sentimientos y condiciones. Cuando estamos SIGNIFICANDO en espacios sociales, ante públicos de nuestros pares que nos miran esperando verse en nosotros, esperando un puente tendido entre las almas que formamos parte de esta ciudad.