jueves, 23 de octubre de 2014

Rebelde/Soñador


Mi papá tenía torres de 45s apilados en un cuarto al fondo de la casa, todos en sobres de papel con una foto icónica de un muchacho guapísimo en jeans y camiseta como portada. El de la foto era Oscar Domingo, cantante primerizo. El compositor -mi padre- se llamaba Javier León. No sé cómo convenció a este campeón mundial juvenil de karate -1974 y 1975- de grabar sus canciones pero lo hizo, cambiándole la vida para siempre.

Publicista de profesión y totalmente fuera de su elemento, mi padre consiguió una plata para financiar la grabación y poner las canciones en cinta. Paco Navarrete, en el apogeo de su carrera, grababa un disco en ese mismo estudio y descansaba entre sesiones, dejando sus instrumentos disponibles. Mi papá nunca soñó conseguir tantas herramientas para tan modesta empresa, pero aprovechó la oportunidad y la generosidad de Paco, y logró darle el sonido que tenía en su cabeza. Claramente endeudado a Serrat y Víctor Manuel, nació el single Rebelde y Soñador y el lado B, Pantalones Jeans.

Mi papá, un ex-alumno de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica, asumió el diseño de los artes de este tiraje independiente. En lo gráfico tenía experiencia previa haciendo portadas para La Banda, a quien además les diseñó sus dos logos. En lo musical, tocó en bandas de rocanrol durante su adolescencia, debutando como baterista con los Los TNT Dinamita Boys para luego retirarse a una edad muy temprana. No tenía experiencia alguna como ejecutivo, como distribuidor ni como productor. Nada de esto decía “profesional del pop” y a pesar de eso el publicista y el karateka lanzaron un sencillo con éxito notable. En ese mundo de infinitas posibilidades nací yo.


Aparte de su faceta como compositor, productor y portadista de pop, me marcó su relación con la gente de Gaviota. De pequeño visité la casa de la familia Guzmán, que quedaba en un lugar lejos del centro de Guadalupe -donde vivíamos- que no era Heredia -donde vivía mi familia materna-, superando mi imaginación infantil y cualquier punto de referencia. Cuando nos pasamos a vivir a Panamá, los Guzmán pasaban a visitarnos cuando estaban de gira. Me acuerdo de su afecto por Llamarada, la satírica banda de Gorgojo, que apenas irrumpía en la escena nacional y pasar toda una noche con ellos riéndonos de los chistes inapropiados del show. En algún momento de esta infancia poco tradicional me convencí de que la gente podía hacer música como parte de su vida adulta. Esto marcó todo lo que siguió después, arruinando cualquier oportunidad de tener una vida normal.


En 1988 tuve el disco debut de Café con Leche en mis manos, un acetato con una carátula casi monocromática que había anticipado una eternidad. Dos años antes cuando volvimos a Costa Rica, uno de mis primeros amigos del barrio no paraba de hablar de esta banda de rock costarricense que era innovadoramente insolente. Me contó que tocaban una versión rockera de Los Pollitos y que tenían esta otra canción sobre una modelo que duraba unos quince minutos. Los vi por primera vez en un festival de música que hicieron frente a la Corte, invitado por mi tío que trabajaba en el OIJ. En un instante la leyenda urbana se convirtió en realidad. Estaba en quinto grado, en la escuela. Existieron dos décadas de rock tico antes de ese momento, pero ese fue mi momento definitivo.


Poco después desfilaron por la radio varias bandas: Modelo Para Armar, Inconsciente Colectivo, La Clase, Arena, 50 Al Norte... convirtiéndose todas en parte de mi imaginario adolescente. Esta creatividad se vió frenada en seco en 1991 por un mar de bandas de covers encabezadas por Liverpool y las Tortugas, que durante un par de años ocuparon todos los espacios disponibles. Eran tan populares que les pagaban para abrir conciertos internacionales, encarnando el colmo de la aspiracionalidad costarricense, donde disimular las raíces es aplaudido y festejado.

Para 1993 una nueva generación -unos años mayor que la mía- consiguió guitarras. Se metieron a tocar metal, punk, grunge... tomaron bares en el centro de Chepe y parieron una revolución bebé. Se vino el gran relevo. Tocaron sólo covers al principio, siguiendo el modelo establecido por las bandas populares, hasta el momento épico en que Hormigas en la Pared se reinventó como una máquina de música original y trazó la ruta a seguir.


Mr. Magoo. Niño Problema. Los Garbanzos. Madre Santa. Los Malos. Orson. Flores Muertas. DBG. Amplexus. La movida de Cus, de la Rana, la generación de Nikos... una avalancha de música original. Luego Gandhi, Bruno Porter, Índigo, La Nueva P, Diente Guapo, Perro Pavlov, El Parque... era insólito ser parte de esto, no había un punto de referencia ni comparación con otras generaciones. Mientras tanto en el punk de los barrios del sur -invisibles para el discurso alternativo- estaban Kuraj, El Bosque, Teatromocracia... el metal, en cambio, era MUY visible y bandas como Mantra y Mandrágora reinaban sin rival sobre un mar de bandas, hasta que nació Colémesis en un debut que incendió la cultura metalera. Luego llegaron otras bandas al under: Queso, Papín y Yo. Solocarne. E-Simple. Seka. Mod-Ska. Calle Dolores. Umbral.

Mi adolescencia transcurrió en uno de los momentos más ricos y diversos del rock costarricense. Fue revolucionario y sembró las semillas resilientes que nos dieron la escena vibrante e independiente que tenemos ahora. Lo malo es que todo me parecía muy normal gracias a lo vivido en mi infancia. Lo dí por sentado, lo subestimé sin entender las implicaciones del momento ni su trascendencia, pero los años de sequía -la escasa innovación entre 1999 al 2004- me ayudaron a comprenderlo. Lo sucedido en Costa Rica entre 1993 y 1998 no fue para nada normal.


Durante ese período de creatividad y actividad febril tuve mi primera experiencia importante como algo más que un fan: fui parte del equipo de trabajo de Bruno Porter entre 1997 y 1999. Las labores incluían diseñar afiches y pegarlos en cada uno de los postes entre Plaza del Sol y el Cine Capri, hacer escenografías, cargar equipo, buscar patrocinios, cobrar entradas y premiarnos comiendo una empanada arreglada en Tico Burguesas después de un concierto. Después de ese capítulo estuve dormido unos años y en el 2002 regresé a la escena a trabajar como manager con ESimple, experiencia gratificante e enriquecedora. Trabajé con otras bandas por períodos cortos -Nada, Exnobia, Movement in Codes- pero nada tan extendido ni tan personal como mi experiencia con ellos. Después del 2008 mis años de manager quedaron archivados, pero mi lugar en el mundo estaba claro. A través de ESimple re-encontré mi casa, el lugar donde pertenezco. Gracias a esto estuve a tiempo para el nacimiento de la camada de Sí San José, que giró alrededor del Lobo Estepario entre el 2010 y el 2011, con bandas como Zópilot, Las Robertas, Niño Koi, The Great Wilderness.


Ahora colaboro ocasionalmente con bandas de amigos cercanos, pero no es trabajo, es como ser el único médico o abogado en una familia: uno se convierte en un asesor de un tema muy específico. Voy a muchos conciertos -tal vez más que antes- a pesar de no estar trabajando en el medio musical. Disfruto estar en primera fila y ver de cerca la química y el funcionamiento interno de una banda exitosa o de una banda novel. Conocer sonidos nuevos. Descubrir grupos que suenan mal por falta de ensayo pero que tienen ideas brillantes y solo ocupan no aflojar y listo. No aflojar. En tantos años expuesto a la música nacional, nunca había sido testigo de un momento creativo tan maravilloso como el actual. Nunca vi tanta gente vivir sus vidas con normalidad con la música como eje central. El malentendido de mi infancia hecho realidad.


Estamos viviendo una era dorada, de artistas talentosos con sonidos únicos, que no suenan como "la versión tica de..." si no que suenan a ellos mismos, pioneros, navegando lo nuevo. Hay muchas bandas costarricenses que tocan fuera del país regularmente, con públicos en el extranjero que sueñan con el momento de poder verlos en vivo, y medios internacionales que los tratan con respeto y admiración.

El mejor consejo que le puedo dar a quienes aman el arte y la música fresca es que se involucren, que se metan de lleno, que se den la vuelta por los bares, los teatros y los parques y se dejen maravillar. Luego, en unos años, podrán contar que estuvieron ahí cuando rompió la ola.

Publicado en su versión original bajo el título "Rebelde y soñador: un instante en el rock nacional" en la undécima edición de la revista Círculo del Miedo, del 2 de Mayo del 2014.

2 comentarios:

Jimena dijo...

que importante rescatar esta historia, y nombrar el momento tan valioso que se esta dando.

Valdo dijo...

que texto mas tuanis FO!!!