Llevaba veinte años esperando escuchar una banda como Desorden Siniestro cuando finalmente los pude escuchar. Veinte.
Crecí en Heredia, que no era exactamente el pueblo más cosmopolita y diverso en 1994. En los años antes de la universalización del internet, para acceder a la cultura o al arte se ocupaba tener posesión de objetos, sean libros o discos, o por lo menos tener un gurú o guía para guiarte y proveerte herramientas. Juan Esteban, hermano mayor de una amiga, fue uno de estos guías. Lo conocí en su casa una vez que visitaba; su hermana le había hablado de mí y de mi gusto particular en música y libros, y el llegó a hacerme conversa, como a probarme. Era muchos años mayor y había asumido un rol abiertamente didáctico con ella y sus amigos. Tuvimos buena química y muy pronto me adoptó como pupilo.
A los dieciséis años llegó a mis manos un cassette de Joy Division. Era una grabación de sus sesiones para John Peel en la BBC. Nunca había escuchado a la banda, aunque había escuchado muchísimo de ella gracias a una entrevista con James O'Barr, el artista creador del cómic The Crow. El cassette era un regalo de Fabián Rois para Juan Esteban, quién me lo prestó sin titubear.
Me encontraba viviendo mis años de grunge, al igual que el resto de mis compañeros de colegio en ese momento. Sin importar cuanto lograba conectar con Nirvana en esos años, había algo en la subrayada masculinidad del resto de las bandas del movimiento con la cual no terminaba de hacer click. Recibir ese cassette de Juan Esteban me abrió las puertas de par en par a un mundo nuevo y me afectó profundamente. Me acuerdo bien de escucharlo obsesivamente, en el bus camino a clases y en los recreos. También me acuerdo de que, con la excepción de mis amigos más cercanos, nadie más lo entendió cuando se los puse.
Ya había avanzado un poco hacia las cosas que me definirían durante mi adolescencia. The Clash, The Pixies, Velvet Underground y The Pogues ya eran parte de mi nuevo arsenal musical, reemplazando todos los clásicos de mis primeros años colegiales. Luego de Joy Division, vinieron los primeros cuatro discos de The Cure, los Sex Pistols, los primeros sencillos de Public Image y finalmente y con gran ceremonia, el disco de sesiones de la BBC de Bauhaus. Eso terminó de volcar la marea por completo. En ese momento me di cuenta de cuál era mi estética. Era un punksillo criollo con una fuerte preferencia por lo que luego entendería que era el post-punk, pero que en ese momento solo conocía como New Wave Dark o Gótico.
En esos años no tenía acceso a nadie que escuchara la misma música que fuera de mi edad. Sólo mi grupo de amigos inmediatos con los que crecí lograban entenderla, y por supuesto Juan Esteban y todos sus amigos artistas -literalmente: bailarinas, escultores, pintores, poetas- que eran hasta cinco o seis años mayores que yo y que habían vivido directamente la era dorada del New Wave y el nacimiento del alternativo. Mientras tanto, los punks de mi generación estaban escuchando y tocando una música elaboradísimas traída de la costa oeste gringa, o unas vainas bien bruscas y cero melódicas de la costa este de los Estados Unidos. Me sentía excluido incluso dentro del grupo de los excluidos.
No obstante la música salva. La canalización poética de la ira y la frustración servían como una válvula constante de escape, mientras que la admisión de emociones complejas y oscuras me permitían entender que no estaba solo y que no me estaba volviendo loco. Que habían cosas reales pasando dentro de mí, que no tenía que tener miedo, que otros en algún momento en otro lugar del mundo lograron sobrevivirlas y hasta usarlas a su favor, y el sólo saber eso era un enorme consuelo. El único afiche formal y oficial de una banda que he tenido fue uno de The Cure, que puse frente a mi cama y me acompañó durante mis peores momentos.
Cuando por fin entré esperanzado a la universidad en 1995, me dí cuenta que tampoco sería fácil conectar con gente ahí. Todo el mundo estaba en otra frecuencia totalmente y yo estaba escuchando bandas que llevaban más de diez años de haberse separado. Mis compañeros alternativos estaban todos cazando discos de Björk o de Garbage, y yo estaba pensando como putas hacía para poder adquirir el Still de Joy Division, que nunca aparecía en las tiendas locales, o para lograr por lo menos escuchar el Faith de The Cure, que ninguno de mis amigos tenía.
A mis 18 andaba por las calles de San Pedro con mi pelo teñido negro, con un cuaderno repleto de poesía escrita en ejercicios casi diarios y mis botas cayéndose a pedazos. En ese año descubrí dos cosas importantes: las primeras películas de Almodovar y la música de la movida madrileña y el destape español, y la movida gótica local. La movida madrileña le dio un contexto diferente a mi forma de entender el punk y al new wave, anclándolo en un discurso cultural de resistencia y apertura política y sexual. Mientras tanto, la movida gótica local me dejó claro que yo estaba absolutamente engañado si pensaba que mis gustos iban a tener eco en una comunidad que superara tres personas.
El gótico local compartía un amor por las bandas originarias que yo amaba, como Joy Division, the Cure y Bauhaus, pero había trascendido ese momento histórico de la mano de grupos como The Cult o Sisters of Mercy, creando un movimiento mucho más dramático y operático. Se vestían distinto, aspiraban a cosas distintas, eran muchísimo más complicados y elaborados, y habían desechado por completo la contundencia del minimalismo punky.
En la fatídica encrucijada estilística, en vez de doblar hacia el punk madrileño y el post-punk mexicano o argentino agarraron la autopista a toda velocidad hacia el gótico súper barroco de las Europas, ignorando cualquier lección de la latinizacion del gótico que pudo dejarles Parálisis Permanente, Caifanes o Soda Stereo. No lo resiento, me parece perfecto dentro de su búsqueda estética como movimiento, pero no era lo que yo andaba buscando, lo que anhelaba. Las grandes bandas del gótico capitalino, como Umbral y luego Draconian Incubus, fueron maestros de su género. Sus conciertos eran impecables, su fanaticada era fiel y constante, y yo admiraba su trabajo y su destreza, pero aun así me sentía totalmente desconectado de su obra.
Aun no lo sabía, pero lo que yo buscaba era post-punk, un gótico firmemente anclado a sus raíces de punk. Sencillo. Simple. Contundente. Sin encajes ni cabellos demasiado largos. Algo visceral y crudo que fuera bailable y catártico. Algo que no negara nuestra mortalidad, pero que tampoco asumiera resignado nuestro destino y ni nuestro lugar en el mundo. Básicamente estaba buscando a Desorden Siniestro.
Las cosas eventualmente avanzan y mejoran, uno aprende cosas nuevas y las aplica. Igual mantuve siempre la fe de poder escuchar esa pieza faltante de mi juventud alguna vez, algo que atendiera directamente esas huecos emocionales. Tuve falsas esperanzas en algún momento al empezar los 2000 con la emocionante llegada de Area City a nuestras aburridas vidas capitalinas y el boom de una nueva ola de post-punk en el panorama musical internacional. Bandas como Interpol, con su cantidad masiva de fans, me hicieron creer que en cualquier momento tendríamos una respuesta criolla a esto, pero fue en vano. Pasaron los años y dejé de esperar.
En la primera mitad del 2014, Daniel Ortuño me escribió emocionado contándome de una banda de Palmares llamada Desorden Siniestro. Daniel y yo llevábamos años de años obsesionados con Autosuficiencia de Parálisis Permanente, que es simplemente la mejor canción de la movida madrileña sin discusión alguna, y la promesa de un grupo de jóvenes influenciados por algo remotamente similar era demasiado bueno para ser cierto.
La banda está formada Pablo Lobo en la voz principal, Geovani Castillo en la guitarra y coros, Jorge Arias en los teclados, Manuel "Manolo" Segura en el bajo y coros y Mauricio Rojas en la batería. Fue formada en Septiembre del 2009 en Palmares. Habían tocado muchísimas veces en vivo y hasta grabado un demo sencillo en su primer año, pero no fue hasta el 1ro de mayo del 2014 -cuando se presentaron en Mundo Loco en El Baile del Pogo- que lograron su primer impacto contundente en la escena musical capitalina. Desorden había compartido escenarios en San José antes, pero nunca con un público que lo entendiera y lo celebrara por ser justo lo que es, como sucedió en esa fecha. Supongo que de la misma forma en que yo estuve esperando a Desorden Siniestro, Desorden Siniestro estuvo buscando un público que entendiera de lo que estaban hablando sin tener que pretender ser otra cosa, y no tuvieron que esperar veinte años para encontrarlo. No puedo ni imaginar lo que debe ser tener esa sensibilidad y esa estética en un lugar con un público tan reducido como Palmares, donde la posibilidad de sostener un proyecto así es muchísimo más difícil que en la capital, donde a punta de números y ley de probabilidades se puede salir adelante.
A partir de ese concierto del 2014, sus visitas a la capital se volvieron más constantes y su presencia en nuestras vidas ha ido subiendo su perfil poco a poco. Hace unos meses la productora La Flaca salió hacia Palmares para grabar el primer sencillo de la banda, que salió hace unos días, el 9 de Julio.
La angustia adolescente y fatalista de sus letras, la estética fracturada de su música donde se siente la invasión imparable de lo urbano sobre los espacios abiertos, ese groove mecánico que alcanzan en sus mejores momentos... la crudeza de la banda trasciende cualquier teatralidad o artificio y vive directamente en el contexto auténtico de sus creadores. Hay pesares que no se pueden fabricar.
Desorden Siniestro - Demo (2009)
Desorden Siniestro - Rock & Roll/Desórdenes Mentales (sencillo) (2015)
Desorden Siniestro en Soundcloud.
Desorden Siniestro en YouTube.
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